Cuando quedamos atrapados en un "duelo bloqueado "

Hace poco me crucé con un señor con quien tuve la oportunidad de cambiar algunas palabras.

Recuerdo que era un día de sol brillante, y en contraste, el rostro de ese señor estaba totalmente apagado, sin luz.

Tenía marcado el dolor de una pérdida si sanar. 

Me dijo que era su cumpleaños y me contó acerca de lo que le había pasado, con los ojos llenos de lágrimas y la boca formando un arco hacia abajo, haciendo un gran esfuerzo para hablar sin romper a llorar a gritos, porque la adultez muchas veces nos obliga a mantener a raya esas emociones que nos afligen sin importar cuan desbordantes sean.

Hacía poco que había cumplido 18 años cuando murió su hermano, en un trágico accidente doméstico. Ese día quedó soldado a sus pensamientos y sentimientos diarios.

Un claro caso en el que el duelo se encuentra bloqueado; en el que un ser humano se ha encontrado con un antes y un después en su vida; en el que alguien no puede continuar interactuando con el mundo como lo venía haciendo,  no puede ya caminar sin que cada paso que da, le sea tan pesado como si llevara bolsas de 20 kilos atadas a cada tobillo. 

Cargaba la mirada perdida, la falta de motivación, el dolor y el llanto cotidiano o el silencio ensordecedor de sus palabras.

Y es que la energía vital de ese señor se encontraba direccionada hacia ese hecho tan dramático, su vida después de eso quedó atada a ese momento en que el hermano falleció. No pudo proyectarse a otras cosas, establecer nuevos vínculos, sentir nuevas emociones, vivir nuevas experiencias porque todo su ser quedó pegado a ese momento, como si todo el tiempo mirara hacia atrás, hacia ese pasado, hacia ese día de sus 18 años cuando pasó eso. 

Pensé -ojalá pueda sanar pronto para que su vida no se haya terminado el mismo día que la de su hermano- y se fue caminando lento de regreso a su casa. Cumplía 93 años.